martes, 14 de octubre de 2008

Abandono de Riga, camino a Tallinn

Como he dicho, se llegó de fiesta a eso de una hora y media antes de que saliera el autobús que nos tendría que llevar a Tallinn. Dijimos de tumbarnos un rato corto en la cama, hasta que quedara una hora para marcharse. Nada tendría por qué salir mal, pero el destino es caprichoso.

Yo, como todos los demás, caí en un plácido sueño que me transportó a un lugar lejos de la habitación del hostal. Tan lejos, que sólo desperté ante un grito histérico adormilado. Jordi ya había entrado en trance. Al grito de "que son las 8 y 10, que no llegamos" y con espasmódicos movimientos, Jordi hizo que nuestros nervios se fundieran en cuestión de segundos. A todo esto, Banis se desperezaba en la cama tranquilamente, como si fuera dueño del espacio-tiempo y pudiera prolongar estos agónicos minutos.

Pero el asunto no era tan fácil como salir del hostal e irse a la estación de autobuses: después de dos días en el hostal, todavía había que pagar en mierdoskis (así llamábamos al dinero letón) la estancia, y la de recepción llevaba encima una parsimonia que no podía con ella. Pagamos, y salimos a la calle... ¡oh my God! mi pijama se ha quedado debajo de la almohada de mi cama. Dejé mi maleta en plena calle preguntándome si la "pipol" me habría dejado tirado ante tan apocalípticas circunstancias, y subí los escalones de 8 en 8. Ahí andaba mi pijama; volví a bajar, salí a la calle... y me encontré con una escena de una película de Groucho Marx: la "pipol" se había echado a correr, pero nadie sabía dónde. El motivo fue que ninguno se preocupó de mirar por dónde caía la estación de autobuses, con lo cual en vez de ser una carrera a la estación de autobuses, la ida a la estación se convirtió en una carrera a la perdición:

Maño corriendo con mi maleta de mano, con el paso de un enano de las montañas. Jordi con sus gráciles andares de pato mareado, con un movimiento de piernas que no se asemeja al de ningún mamífero conocido debido a su arrítimico contoneo. La gente que salía al paso por la calle (dos personas vimos) era ferozmente asediada por Jordi, con preguntas cómo "where is the bus station?!?!?!" pero a gritos. Sin embargo, los letones son como los cubanos: dehpasito. Si el prójimo tiene prisa, a mí que no me salpiquen. Abandonando al señor que quería ayudarnos por este motivo con un cortante "a tomar por saco oiga!", seguimos corriendo sin rumbo hasta que felizmente llegamos a la calle principal de Riga. Nosotros corríamos, pero el protagonista de la mañana, Jordi, seguía haciendo de las suyas: ahora, pasando a la fase de gritos aderezados con florecientes lágrimas, gritaba por detrás de nosotros "UN TAXII, COGED UN TAXIIIII". Haciendo caso omiso a la locura que ya se había apoderado totalmente de él, y que no le abandonaría hasta pasadas varias horas, parte de nosotros seguimos corriendo. No habían pasado ni 10 segundos, cuando un taxi pasó a la velocidad del coche fantástico con nuestro protagonista chillando "taxi taxi, cogeros un taxi", mientras lanzaba un billete de 20 euros por la ventanilla. Suerte que en Letonia la moneda oficial es el euro... ¡ah pues no!.

Viendo que el taxi de semejante personaje se alejaba en el horizonte, no hubo más remedio que coger otro taxi en el que nos metimos cinco personas con sus cinco equipajes. Echando los pulmomes casi por la boca, atontamos al taxista a base de gritarle "bus station" repetidamente. Cuando se recuperó de su amago de taquicardia, el taxista arrancó y nos dejó en la estación de autobuses. No importa lo humilde u honesto que seas, porque en Riga la persona más honesta es un traficante... y los taxistas también caminan por esa cuerda. Cuando le dimos los 20€ para pagar el taxi, el hombre pensó "yo no tengo euros, así que allí me las den todas". Cogió los 20 euros, dibujó una demoníaca sonrisa en sus labios, y desapareció con ellos.

Llegamos a nuestro autobús, y cuando llegamos a la puerta: "¿Quién tiene los billetes?". "Yo no!", "Pero si los tenías tú!", "Los que estén a favor que griten muerteeeeeeee". Los billetes se habían quedado en el hostal, en la mesa de recepción cuando fuimos a pagar. Inocentes nosotros, preguntamos al autobusero "We lost the tickets, can we get into the bus?", a lo que él contestó con un seco "Of course not". Nos quedábamos encerrados en Riga hasta más ver, perdidos, ya habían pasado más de cinco minutos de las 8 y media... pero el autobusero mostró atisbos de no ser sólo un ruso hijo de satanás, sino una persona humana: se acercó a la oficina con nosotros, preguntó a una mandada si estábamos en la lista de pasajeros, y listo. Todos al autobús camino a Tallinn, ante la mofa y burla general del autobús entero. Letones, yo os maldigo.

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